He oído hablar de ti y de mí juntos, sí, he oído hablar de un
"nosotros". Debo admitirlo, eso me emociona, pero recuerdo que tú y
yo somos dos seres aparte, tú con tus cosas, yo con las mías; pero cuánto daría
porque fueran "nuestras" cosas.
A veces te miro y me regalas tu sonrisa, que más que
dármela, la muestras como obligación, y haces que en tu cara vea una sonrisa
fingida, sonrisa que más que lucir en tu cara, hace que parezca una cara de
espanto.
Luego te encuentro de frente y quiero detener el
tiempo, para que ese bello instante en que tú permaneces a cuarenta y cinco
centímetros de mí sea eterno. Olvido entonces todo y las manos me sudan,
el cuerpo me tiembla y no quedan en mi cabeza ideas sobre temas de
conversación, mas que el común estado del clima y el no tan práctico ¿cómo
estás? Pero de pronto se me ocurre una de esas bromas de las que se me
ocurrirían un montón si no fueras tú a la que tengo enfrente, y con una sola
idea de gracia logro desprender de tus labios una sonrisa; entonces ya no es
como si fingieras, sino real, sincera. Con tu sonrisa tu cara se llena de luz y
te ves increíblemente hermosa, como un ángel; nunca he visto un ángel, pero
supongo que es hermoso, pero por si las dudas, diré que tu rostro se mira bello
como una puesta de sol, eso sí que lo he visto muchas veces y siempre me ha
parecido bella cada puesta de sol como tu cálida sonrisa.
Ahora con una apresurada huída te digo adiós,
llevándome el récord de haber estado dos minutos y medio en conversación
contigo y me voy reprochándome no haberme quedado más. Entonces volteo atrás
por si acaso quisieras voltear a verme, pero soy solo yo el que volteo a verte
y camino pensando en ti y en mí estando contigo, y me alejo pensando en que
mientras te alejas, ojala tú también, ojalá y te pienses conmigo.