Es tan dulce y a la vez tan amargo; es tan alegre y a la vez tan triste, es tan simple y a la vez tan complejo; es tanto, que no tiene explicación. Nos hace ver la vida de colores y nos hace ver todo oscuro; nos hace ver su nombre formado con las nubes; nos hace sentirnos elevados hasta el cielo y también, nos hace sufrir, como si cayéramos desde lo más alto de él.

Nos hace imaginarnos décadas adelante y nos hace sufrir aunque muchos años hayan quedado atrás; nos hace pensar en una única cosa y nos hace dejar de pensar en todo lo demás; nos hace creer en la eternidad y nos hace añorar que se repita un solo instante. Nos hace sentir que el tiempo pasa despacio y nos hace sentir que lo bello dura poco. Nos hace sentir que el sufrimiento no tiene fin.

Nos hace imaginar de viejos y felices, nos hace dudar si algo realmente pasará; nos hace temer por perder a quien amamos y nos hace llorar cuando es así. Nos hace las noches eternas, nos hace pensar en ellas lo hermoso o lo triste que no volverá; nos hace sufrir, nos hace llorar; nos hace reír, nos hace gozar.

Nos hace crear mundos imaginarios, nos hace olvidar que existe todo lo demás; nos hace escribir cosas hermosas, nos hace desear no volver a escribir jamás; nos hace despertar con ansias de verle, nos hace desear no despertar otra vez. Nos hace desvelarnos pensando en esa persona, nos hace despertar pensando en ella también.

Nos hace creer que no hay imposibles, nos hace luchar hasta entregar la vida; nos da coraje y nos hace los más mansos de la tierra. Nos ilusiona, nos desilusiona, nos duele, nos hace sentir bien, nos eleva, nos tumba, nos acaricia, nos golpea, y todo eso y mucho más. Nos hace sentir, nos hace y nos destruye. Es tanto, que no acabaría de escribirlo.

Me refiero al amor, ese sentimiento que sin él, no vale la pena existir.