Ella es de esas que cuando está, su presencia se siente, se
nota; pero cuando no está es igual. Ella es de esas que dicen poco, pero lo que
habla tiene sentido y lo que no dice a veces dice mucho más. Ella es única, es
especial.
Ya disfruté de su presencia y me hizo feliz; ahora sufro su
ausencia y duele. Ya escuché su voz y es música; ahora sólo queda su silencio y
es castigo, ella se fue.
Aun recuerdo aquel 26 de marzo, en el que sentado frente al
mar admiraba su poder. Miraba al sol caer, las personas caminar, las aves
volar, el horizonte. Me recuerdo inspirándome al ver aquello y creando versos
en mi mente, versos que nunca escribiría.
Me acerqué más al mar para ver más de cerca su belleza y
sentir su poder cuando las olas reventaban. Fue entonces cuando a unos cien
metros a mi derecha te vi caminar, acercándote más y más, plácidamente y en
soledad. Fue hermoso ver aquella escena, viendo el mar, la playa, tú.
Miré como te acercabas lentamente mirando abajo, como si
buscaras algo, como si trajeras una carga. Fue la única muerte bella que he
visto hasta ahora, ver morir el día en aquella puesta de sol mientras tú le
quitabas brillo al sol con tu belleza.
Fue ya cuando estabas a unos diez metros cuando alzaste tu
cabeza y me miraste; clavaste tu mirada, fija en mí. No pude evitar mi
sorpresa, no pude crear verso que describiera tanta belleza; mirar lo tierno de
tus labios, lo ondulado de tu cabello, lo poblado de tus cejas, lo azul de tus
ojos, fue mágico. Y en esos cinco segundos que tus ojos se fijaron justo en los
míos vi pasar mi vida frete a mis ojos, pues te habías vuelto mi vida.
Te vi pasar frente a mí, entre el mar y yo, y el mar se
quedaba pequeño ante la inmensidad de tu belleza; el reventar de las olas no
tenía tanta fuerza como tu mirada, que rompió más que mil olas en mi interior y
acabó con mis miedos y dolores.
Dejó de inspirarme el mar y sus olas, el cielo, las aves
volando sobre él, el sol, la playa. Ahora tú eras mi inspiración. Me quedé
sentado, pero mi amor, mis ganas, se fueron tras de ti hasta que te perdí de
vista. Creí que nunca te volvería a ver, sin embargo, unos veinte minutos después, ahora estando yo más cerca del mar, donde las olas pudieran alcanzar
mis pies y remojar mi esperanza de volverte a ver, miré tu silueta a lo lejos
nuevamente. Te acercaste poco a poco, más lento, lentitud que disfrutaba.
Cuando estabas a escasos dos metros de mí, de nuevo me miraste y esta vez sonreíste
y quedé maravillado con tu sonrisa, perplejo, sin saber si aquello era un sueño
o realidad, hasta que una ola llegó hasta mí y me despertó de mi letargo.
De lejos eras hermosa, de cerca eras un ángel. Te paraste
frente a mí tapándome el mar, no diría que tapándome el paisaje, sino poniendo
un paisaje más hermoso; entonces dijiste:
—
¡Hola!
…